Aunque el teletrabajo fue regulado en Colombia desde 2008, no fue sino hasta 2020 cuando los esquemas flexibles comenzaron a formar parte de la estructura de las empresas. La pandemia transformó lo que antes era una alternativa ocasional en una modalidad común, marcando un punto de inflexión en la manera en cómo se concibe la presencialidad, el rendimiento y la colaboración.
Lejos de ser una solución temporal, el esquema híbrido se ha consolidado como una expectativa en la búsqueda de trabajo. Según los resultados de una encuesta realizada en 2024 por EY, el 90 % de los trabajadores colombianos prefiere desempeñar sus funciones al menos dos días a la semana desde casa, y más del 60 % lo haría tres días o más. Esta preferencia refleja una transformación cultural en torno a la relación entre productividad y bienestar.
En esta línea, el esquema híbrido presenta ventajas claras y oportunidades valiosas cuando se implementa con intención, coherencia y perspectiva de largo plazo. Por ejemplo, facilita la organización del tiempo personal y laboral, al permitir que las personas adapten sus jornadas a sus dinámicas individuales y profesionales. Esto genera un entorno más enfocado en resultados, sin sacrificar el equilibrio entre la vida personal y el trabajo.
Otro beneficio importante es que amplía las oportunidades de contratación sin depender de la ubicación geográfica. La virtualidad parcial ha permitido acceder a perfiles diversos y especializados en distintas ciudades y regiones, haciendo los procesos de selección más inclusivos y competitivos.
También fortalece la fidelización, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Cuando las organizaciones incorporan el trabajo híbrido como parte de su propuesta de valor, la rotación disminuye y crece el compromiso con los objetivos colectivos.
Por último, permite optimizar gastos. Esta reducción en gastos de infraestructura puede traducirse en inversión en espacios de conexión, formación y bienestar, siempre que haya una estrategia clara que equilibre la virtualidad con momentos presenciales significativos.
Sin embargo, la adopción masiva de este formato no ha estado exenta de desafíos. Persisten tensiones en organizaciones donde no todos los cargos pueden operar con flexibilidad, lo que puede generar brechas entre los colaboradores en este aspecto. También hay dificultades para sostener la cultura organizacional, especialmente si no existen espacios diseñados para la interacción de los equipos. A esto se suman retos asociados al liderazgo, ya que coordinar equipos híbridos exige un cambio en el estilo de supervisión, en el que se confía más en las personas y su capacidad de entregar resultados a tiempo.
Otro desafío clave es el impacto que puede tener la rigidez laboral en el bienestar de los colaboradores. La percepción de esquemas poco flexibles se asocia con un mayor riesgo de agotamiento. Según el estudio “Burnout Laboral 2025”, publicado por Buk, software de gestión de personas, quienes no están conformes con el nivel de flexibilidad de su trabajo tienen un 19 % más de probabilidad de experimentar este tipo de afectación. Esta cifra resalta la necesidad de diseñar modelos de trabajo con un enfoque equilibrado entre lo humano y lo organizacional.
El modelo también pone a prueba las capacidades de liderazgo. En lugar de supervisar cada paso, los líderes deben aprender a acompañar desde la confianza, ofrecer retroalimentación continua y establecer metas claras y alcanzables. Gestionar por objetivos se convierte en una habilidad indispensable.
Implementar un esquema de trabajo híbrido no es una fórmula mágica, ni sirve igual para todas las organizaciones. Pero puede ser una herramienta valiosa si se ajusta al contexto real de cada empresa y se toma en serio su diseño. No se trata solo de dónde se trabaja, se trata también de cómo se construyen las relaciones, se reparten las cargas y se sostienen los vínculos. La flexibilidad, bien gestionada, puede ser una aliada para avanzar sin perder de vista lo esencial, como lo es el bienestar, el propósito y el sentido de pertenencia.